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Entrevista a Andrew Lehren

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 “No hay que tener miedo a los datos, pero no olvidemos el lado humano de las historias”

Marta Quintín| Madrid | 7/08/2015

Andy Lehren

Andy Lehren

En el periodismo anglosajón hay una máxima que reza: “si tu madre te dice que te quiere, compruébalo”. Así lo reivindica Andrew Lehren, reportero de investigación de The New York Times, quien prescribe una fórmula para lograr ese rigor: “no tener miedo a los datos, ya que con ellos se puede cuestionar lo que se acepta como verdad y encontrar historias distintas”.

En esa búsqueda le avala su trayectoria en la que puede considerarse la cabecera periodística por excelencia, para la que ha cubierto temas de muy diversa índole, entre ellos: desastres naturales como el vertido de petróleo de BP o los suicidios en el ejército estadounidense. Asimismo, fue uno de los encargados de analizar las filtraciones de Wikileaks.

Pero Andrew Lehren no es sólo The New York Times. También formó parte de la cadena de televisión NBC, para la que investigó los atentados del 11-S, o de la agencia de noticias Reuters. Ha ganado una larga lista de prestigiosos galardones como un Peabody, varios Emmys o un Pulitzer en calidad de colaborador.

¿De qué manera ha cambiado el periodismo de datos su forma de abordar una historia?

No hay duda de que el periodismo de datos está cambiando la forma de hacer las cosas. Pero yo lo vengo usando desde hace mucho tiempo, por ejemplo, para la cobertura de los atentados terroristas del 11-S. Las hojas de cálculo, el scraping, las bases de datos, el mapeo… Todo eso estaba ya disponible por aquel entonces. Supongo que el uso de las redes sociales ─como los tuits, los vídeos o las fotos de Instagram─ habrían aportado textura y riqueza a todo aquello que la gente estaba presenciando.

 

¿Qué aporta este tipo de periodismo en un momento en el que los datos parecen estar más abiertos que nunca para todo aquel que quiera acceder a ellos?

Los datos todavía no están tan abiertos como sería deseable. Es por eso por lo que en ocasiones empleamos una gran cantidad de tiempo luchando con los funcionarios de las administraciones para obtener la información que consideramos importante para las historias.

 

Usted trabajó con los documentos desclasificados por Wikileaks. ¿Le supuso algún conflicto moral ejercer de intermediario entre los que liberaron estos datos y la ciudadanía?

No hubo conflicto moral alguno. Realmente no veo que actuáramos como intermediarios de forma diferente a como lo hacemos cuando reunimos información de campo o de diversas fuentes en cualquier otra situación periodística. La gente de Wikileaks sí es posible que al informar tuviera planes diferentes a los que puede tener una fuente reacia a la que estás tratando de convencer para que hable on the record.

 

¿Cómo se enfrentaron a ese caudal de información?

Los cables, los informes de guerra y los dosieres de Guantánamo eran una cantidad ingente de material sin analizar, en muchos casos de valor limitado. Como periodistas, lo revisamos para encontrar información valiosa. Y después extrajimos nuestras historias. Por ejemplo, cómo las compañías occidentales habían suministrado precursores químicos a Siria. Combinamos unas pocas líneas enterradas en los distintos cables para luego hacer reporterismo adicional. Cualquiera podría haberlo hecho. Los cables en ese momento estaban diseminados por internet, pero nadie lo hizo.

 

¿Por qué?

No lo sé. Pero el valor real de algunas historias, cuya raíz estaba en esos documentos, residía en la labor periodística que los reporteros hicimos luego. Yo deseo que muchos periodistas sigan visitando estas minas en busca de otras ideas y de líneas de investigación. Apuesto a que allí todavía hay más cosas que podrían sacarse a relucir.

 

A raíz de la experiencia con Wikileaks, desde su periódico publicaron el libro Open Secrets. ¿Toda información merece ser conocida o el derecho a la información debe supeditarse a otros conceptos como la seguridad nacional o el derecho a la privacidad?

El abogado nos advirtió de que todos los que estábamos involucrados en la historia podíamos ser procesados en virtud de las leyes estadounidenses de seguridad. De modo que publicamos muchísimo, pero sólo lo que nuestros editores juzgaban que era lo más relevante para los lectores. Por ejemplo, escribir detalles sobre personas secuestradas y rehenes siempre es arriesgado. Apenas lo hicimos. En los archivos también hay nombres de fuentes secretas de los diplomáticos estadounidenses. Sabíamos que hacerlo público resultaba peligroso para algunos. Eso, por lo que escuché de segunda mano, tristemente ocurrió cuando se puso en la web todo el fichero. Algunos tuvieron que huir de sus países natales porque se supo que habían cooperado con funcionarios estadounidenses. En muchas ocasiones, conocer el nombre de fuentes protegidas no aporta nada a los lectores.

 

¿Cambia mucho la forma de trabajar con datos en soportes tan distintos como el medio audiovisual y el impreso?

Para mí, el buen periodismo es lo más importante. Tú puedes contar buenas historias sin que importe el medio. Muchas veces en la televisión contábamos historias que implicaban un trabajo con datos muy complejo.

 

Imparte clases en la CUNY Graduate School of Journalism de Nueva York. ¿Todo el que estudie Periodismo a partir de ahora debería recibir formación en el análisis de datos?

Creo que sí. El mundo está cambiando rápidamente y esas competencias no pueden más que ayudar. En Estados Unidos, los empresarios están demandando este tipo de conocimientos a los nuevos graduados.

 

Muchos de los reportajes en los que colabora llevan más de una firma. ¿En el periodismo de datos ya no es concebible la labor del periodista en solitario?

Es posible. Yo lo he hecho. Al igual que muchos otros lo han hecho. Pero toma muchísimo tiempo hacerlo todo. Personalmente, he aprendido a apreciar la colaboración, especialmente cuando trabajaba en televisión.

 

Muchos periodistas ven a las bases de datos como un reto farragoso y, en muchas ocasiones, frío y árido. ¿Cómo son compatibles los datos con la cara humana de una historia?

Ambas partes cuentan. Las dos son importantes. No hay que tener miedo a los datos, pero no podemos olvidar nunca el lado humano. Con frecuencia, ése es el modo en que contamos las historias: sobre una persona, una situación. Los datos son simplemente otra herramienta para encontrar esas historias y contarlas de la mejor manera posible.

 

¿Las grandes historias suelen estar escondidas tras lo más pequeño?

Generalmente es más fácil ir de lo pequeño a lo grande. Creo que hay muchos ejemplos fantásticos sobre ese modo de trabajar. Por ejemplo, cuando trabajaba en NBC News iniciamos una investigación periodística a raíz de la muerte del joven de raza negra Timothy Thomas a manos de la Policía, la cual desencadenó una gravísima ola de disturbios en Cincinnati (Ohio). A partir de un simple tique de tráfico pudimos contar una historia diferente a la de los demás medios, en la que se ponía de manifiesto un problema de discriminación racial. En el caso de Wikileaks o los archivos de Snowden, las historias más memorables surgían de los esfuerzos por rebuscar entre todo el material para encontrar lo específico. Es mucho más difícil trabajar a la inversa, aunque también lo he hecho.

 

El periodismo intencional propugna que en el ejercicio de esta profesión se deba perseguir que las cosas cambien. ¿Los datos ayudan?

Nunca he escuchado el término  “periodismo intencional”, pero supongo que puede equipararse al periodismo cívico o periodismo de rendición de cuentas, es decir, historias que no sólo pretenden exponer los problemas, sino también bosquejar posibles soluciones. Claramente, cualquier clase de material documental puede hacer responsables a los jugadores clave. De modo que los datos sí pueden ayudar a que aquellos que están en el poder respondan por sus acciones. Por otra parte, ése es el papel tradicional de la prensa en Estados Unidos, aunque no siempre se haga. Pero ése es otro asunto.

How has data journalism changed your way of approaching a story?

No doubt data journalism is changing the way of doing things, but I did use it for terrorism coverage more than ten years ago. Spreadsheets, scraping, databases, mapping — all that was available and used back by then. I would imagine that social media products ─tweets, videos, Instagram photos─ would have added texture and richness to what everyone was witnessing.

 

What does data journalism put in today when data seem to be opener than ever for everyone that wants to have access to them?

Data is not as available as we may wish yet, and that’s why we often spend a great deal of time wrestling with government officials to get information we believe is important for stories.

 

You worked with Wikileaks documents and diplomatic cables, being in some sense a kind of intermediary between those who released that information and the citizens. Did that process imply any moral conflict to you?

No moral conflict at all. I don’t really see us as being an intermediary differently than we are when we gather information from the field, from officials, from sources in any typical journalism circumstance. Although the Wikileaks folks may have had different desires for the information than a reluctant source you are trying to convince to talk on the record.

 

How did you deal with this release of data?

The cables, war logs and Gitmo dossiers were, in one sense, a pile of unanalyzed material, in many cases of limited value. As journalists we went through it to find valuable information. And then, we took our stories. For instance, how western companies had provided precursor chemicals to Syria. We combined a few lines buried in a few cables and did a bunch more additional reporting. Anyone could have done it. The cables at that point were splashed all over the web. No one did it.

Why?

I don’t know. But for some stories stemming from those documents, the real value was in the additional reporting that journalists could bring to bear. I hope many reporters keep revisiting the troves for other ideas and lines of inquiry. I bet there is more that could be mined.

 

As a result of your experience with Wikileaks, your newspaper published the book Open Secrets. All information deserves to be known, or the right to information must be submitted to other notions like national security or the right to privacy?

All of us on the story, we were told by counsel, could be prosecuted under US security laws. We published what our editors deemed the most valuable and important to our readers. Clearly there were names of people who, should they be known, would put their lives at risk.  Writing details about specific kidnapped victims or those held as hostages is always risky. That is why we seldom do that. In the files there are also the names of secret sources to US diplomats. We knew for some of them publicity would be dangerous. That, from what I heard second-hand, sadly turned out to be true when the whole trove was put on-line; some had to flee their homeland because it was now known they had cooperated with US officials. Plus for telling the story, for the readers, there was often little value in exposing the names of secret and protected sources.

 

Is the way of working with data very different in such different formats like the audiovisual one and the written one are?

To me, good journalism is the most important thing. And you can tell good stories regardless of the medium. Sometimes we told stories on TV that involved complicated data work.

 

You teach at CUNY Graduate School of Journalism. Should all the Journalism students be trained in data processing?

I think so. It is a rapidly changing world, and that kind of literacy can only help. Here in the US it seems employers demand that kind of literacy from new graduates.

 

In many of the reports that you publish we read several credits. In data journalism, is not conceivable the labor of lone wolves reporters?

It’s possible. I’ve done it. So have many others. But it takes a lot of time to do it all. I learned to really appreciate collaboration, especially when I worked in TV.

 

Many journalists consider the use of databases as a complex challenge, and frequently dry and cold. How are data compatible with the human side of a story?

Both matter. Both are important. Don’t be afraid of data, but we can never forget the human side. It is often the way we tell stories — about a person, a situation. Data is simply another tool to find those stories and tell them the best way possible.

 

Are great stories hidden behind the smallest?

It is generally easier to go from the small to the big. I think there a lot of terrific examples of that. When I worked at NBC News, we investigated the death of black man Timothy Thomas by the Police, which caused a very serious wave of riots in Cincinnati. A simple traffic ticket allowed us for telling a different story that showed a deeper problem of racial discrimination. I think the most memorable stories from the Wikileaks or Snowden troves are efforts that rummage through the whole pile of material to find the specific. Much harder it seems is going from the big to the small, although I’ve done that too.

 

Intentional Journalism pursues changes in society. Does the use of data help to force companies and governments to be more accountable?

I am not sure I have ever heard the phrase “intentional journalism” before, but I think is something like what I have heard called “accountability journalism.” Stories that seem aimed at not only expose problems but may also outline possible solutions. Clearly any kind of documentary material may hold key players accountable. So data may help those in power to be held accountable for their actions.

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